"Vivimos tiempos en los que se desactiva la potente herramienta de pensamiento, identidad y creatividad que es la cultura asociándola al ocio y entretenimiento e instrumentalizándola" leí en un artículo de David Ruiz, titulado Cultura y entretenimiento. Acerca de semántica y políticas culturales cortoplacistas.
Pensé en la relación entre la cultura y el ocio, y qué esperamos cuando consumimos productos culturales, ¿desconectar o reflexionar? Y con más razón: qué da más dinero, ¿el entretenimiento o la cultura?. "Ahora parece que el derecho a la existencia de cualquier actividad se mide por su rentabilidad", resonó en mi cabeza el texto escrito por Arantxa Vela Buendía.
Reflexionando sobre el binomio cultura y entretenimiento, recurro a Mario Vargas Llosa, quien escribió el libro "La civilización del espectáculo" desde una profunda convicción: hoy en día, la Industria Cultural es, a su vez, la Industria del Entretenimiento.
Pero, ¿por qué es tan dañino vincular el entretenimiento a la cultura?. Vayámonos al DRAE para aclarar esta disfunción:
Entretener:
Distraer a alguien impidiéndole hacer algo.
Hacer menos molesto y más llevadero algo.
Divertir, recrear el ánimo de alguien.
Dar largas, con pretextos, al despacho de un negocio.
Sí, ya ha quedado claro: el entretenimiento difumina los problemas y la cultura los expone. En este contexto confuso, donde la cultura es otra cosa que todavía no sucede, añadámosle la escasez de políticas culturales y la tendencia mercantilista de los medios de comunicación de masas...
"Hay que hacer algo", me digo. El acceso a la cultura es un derecho constitucional, qué nos pasa que no nos duele esto, quizás estemos entretenidos con otra cosa. Quizás no convenga formar a una ciudadanía con un espíritu crítico, con una sensibilidad por las artes y capacidad reflexiva. Quizás no les convenga a los gobiernos, ni a la política, ni al mercado, ni a las industrias. Quizás solo nos convenga a nosotrxs.
En una ocasión, entrevisté a Isabel Bellido, periodista cultural especializada en literatura. Al preguntarle por el futuro de su oficio, contestó: "Si las cosas no cambian corre el riesgo no de desaparecer, sino de transformarse en otra cosa mucho peor: más acelerada, más superficial, más tonta, en definitiva".